¿Pero qué significa hacerse cargo?
Una realidad cotidiana, puesta en cifras, muestra la fragilidad de nuestra masculinidad.
Era el 2020. Seguíamos en el primer confinamiento de la pandemia cuando sacamos a campo el IV Estudio de Equidad de Género, una encuesta que elaboramos en Semana Económica con la Cámara Española e Ipsos Perú. En aquel momento, con las restricciones sociales a tope, nos intrigaba saber lo que pasaba en casa con la distribución de tareas entre las mujeres y los hombres, pues intuíamos que el desequilibrio de la balanza se había inclinado aún más en contra de ellas. No nos equivocamos: un mes después, los resultados nos mostraron una realidad que superó nuestra intuición.
Los hombres éramos tan poco capaces y funcionales en el hogar que la única labor de casa y de cuidado que, en pandemia, asumimos largamente por encima de las mujeres fue la de pasear al perro. Sí, ahí la brecha ‘no nos favorecía’. En todas las demás actividades —que en el encierro no podían ser delegadas—, la brecha no favorecía a las mujeres: lavar los platos, limpiar la casa, cocinar, lavar la ropa, cuidar a los niños y a los adultos —que entonces caían enfermos— fueron tareas que ellas asumieron mayoritariamente, y que le restaron un tiempo que podían dedicar a su desarrollo profesional o personal. La data es estadística, hecha por la encuestadora de mayor credibilidad del país, y responde a una pregunta aparentemente inocua: ¿Qué actividades de hogar realiza usted?
¿Eres hombre? ¿Eres padre? La conmemoración de tu día puede ser un buen momento para empezar a hacerte otras preguntas aparentemente inocuas. Te dejo algunas, que forman parte de un test simple para padres que lleva el título ¿Realmente me hago cargo?
Observemos para ello una situación cotidiana de tu vida: la de asistir a una fiesta de cumpleaños de tu hija o hijo. Y empecemos:
- Antes de la fiesta: ¿te preocupas por el atuendo y el peinado de tu hija o hijo, o esperas a que lo haga su madre y tú solo los llevas (es decir, conduces el auto)?
- En la fiesta: ¿te sientas por voluntad propia a participar de los juegos con tu hija o hijo o te agrupas con los papás a un lado y dejas que su madre sea la que participe?
- Hacia el final de la fiesta: ¿contradices a su madre con el límite de las golosinas y te conviertes en el padre permisivo que repite el clásico “no pasa nada”?
¿Te sonó exagerada la última pregunta? No lo es: ser ‘el chévere’ de la pareja delante de tu hija o hijo también puede ser parte de no hacerse cargo, pues depositas en ella toda la responsabilidad del cuidado y de los límites de la crianza. Ese dulce final a las seis de la tarde podría hacer que la madre se pase horas intentando dormir al pequeño o a la pequeña —una labor que quizás tú no haces—, perdiendo un tiempo de descanso u ocio que necesita, porque todos y todas lo necesitamos.
Si no lo ves así ahora, no importa. Lo que importa es que te lo preguntes, y que cuestiones tus actitudes y decisiones naturales —y muchas veces inconscientes— bajo este enfoque (que no es más que un enfoque de género). Te invito a mirar, a partir de hoy, “más allá de lo evidente” —como decía el patriarca Leono—, a través de las respuestas a las interrogantes que, todo el tiempo, una y otra vez, te hagas en cada situación de madre y padre, y alrededor de los detalles más mínimos.
¿Te has puesto a pensar, por ejemplo, si acaso siempre huyes de la posibilidad de quedarte solo —es decir, sin la madre— con tu hija o hijo? Hay que romper el paradigma de que no somos capaces de criar y ejercer el cuidado, aunque toda nuestra familia insista siempre en lo contrario, y cuando lo fácil es —justamente— aceptar la premisa y hacerse a un lado. Hay que romper, también, el paradigma contrario, el del superpapá, que no es más que un espejismo recurrente: cambias el pañal una vez, y te aplauden, felicitan y llenan de elogios frente a la madre que lo ha hecho una decena de veces ese día sin que nadie la trate como a la mamá del año. Si no la detienes a tiempo, esta escena se repetirá alrededor de todas las labores de cuidado de tu hija o hijo y pronto estarás orgulloso de ti mismo por lo mínimo, en un autoengaño perfecto.
Porque ojo: lo mejor para nosotros es que, ya sea si nos hacemos a un lado o asumimos el rol de superpapá, en ambos casos estaremos cómodos.
Hacer lo contrario —y cuestionar nuestra realidad todo el tiempo— es acabar con nuestra comodidad. Y eso no es fácil ni provocador: es decisivo. Entonces,... ¿te atreves?