Esta Barbie es futbolista

Esta Barbie es futbolista
Barbie fútbol

“Sé lo que quieras ser” es una premisa casi filosófica y, durante muchos años, el core detrás de la naturaleza de Barbie misma. En un siglo donde las mujeres poca o ninguna opción tenían para ocupar profesiones, formación académica o representación política, Barbie se alzó entre las niñas como un vehículo para imaginar realidades en las que podrían convertirse en doctoras, policías o veterinarias, si el mundo fuera más gentil con ellas. No es la excepción de las chicas que, hasta hoy, persiguen el sueño de una carrera profesional en el fútbol.

El Mundial femenino en Australia y Nueva Zelanda, por fin, se ha derramado en la cultura mainstream: todos los derechos televisivos comprados, campañas increíbles de publicidad de Nike y de las selecciones nacionales (¿vieron la de Orange Francia?), y cientos de miles de entradas vendidas en los estadios. Claro, sin contar con los vídeos de goles increíbles en Tiktok y, por supuesto, las despedidas inesperadas de equipos enormes como las campeonas actuales de Estados Unidos.

Mujeres jugando fútbol han habido siempre. Nada más tienes que googlear “British Ladies Football Club” para enterarte de que el equipo más antiguo del mundo fue fundado allá por 1894-95. La pregunta es: si nunca han faltado mujeres interesadas en el fútbol, ¿por qué parece que no se hubiera desarrollado como disciplina? ¿Por qué todavía abundan en Twitter los usuarios anónimos que se quejan de la falta de técnica de los equipos femeninos en la liga peruana?

No les quiero spoilear, pero que nos hayamos demorado tanto en darnos cuenta de que el fútbol femenino puede ser “rentable” y “viable” obedece exclusivamente a los estereotipos de género que permean (y arruinan) todo. Si no me creen, o si simplemente les da curiosidad, aquí comentamos dos ideas que han dejado al fútbol femenino estancado en el siglo pasado.

  • “¿No te parece que simplemente los hombres son mejores para el fútbol?”

Como dijo América Ferrera en la rueda de prensa de Barbie, a los hombres se les permite conservar un espacio de relacionamiento con los juegos (y videojuegos) aún pasada la infancia. Mientras que de las chicas, una vez pasada la niñez, inmediatamente esperamos un grado de “madurez”, característica que no le atribuimos precisamente a jugar. Sin darnos cuenta, bajo una consigna sesgada, permitimos que los hombres tengan mayores posibilidades de continuar desarrollando habilidades relacionadas a los juegos, ya sean aptitudes de coordinación motora y espacial para driblear una pelota o tener map awareness en los juegos online.

Como consecuencia, predisponemos a las mujeres a encontrarse con barreras que deberán vencer para poder profesionalizarse en el campo deportivo que les interese. Nótese cómo esto no ocurre con aquellas disciplinas que, históricamente, percibimos como “femeninas”: poco o nada de complicación hay respecto a una niña o joven desempeñándose en gimnasia y vóley. Por supuesto, el sesgo de género en los deportes también afecta a los chicos, un ejemplo de esto es la necesaria representación que hace Eduardo Romay, capitán de la selección peruana de vóley masculino, en redes al visibilizar la presencia de hombres en este campo.

La conclusión es, si a las niñas que les interesara se les abriera la puerta a practicar fútbol con la misma disposición que hacemos con los niños, llegados los 15 estarían jugando fulbito como cualquier otro chico que pone un par de latas en la pista para el mete-gol después de la hora de salida.

  • “El fútbol femenino no paga, por eso no lo promocionan”

Es un círculo vicioso. Si no tenemos a mujeres que se hayan formado en fútbol desde una cantera, no tendremos quiénes lleguen a formar los equipos profesionales. Si no tenemos fútbol profesional, no tenemos algo que ofrecer para quien quiera verlo. Si no hay oferta, no habrá demanda (ni sponsors). Y por eso es tan importante que por algún lado rompamos el círculo. No, no se rompe solo. Si los círculos de desigualdad desaparecieran por sí mismos, seguiríamos sentadas esperando el derecho a votar aún en el siglo XXI.

Comprar los derechos televisivos del Mundial termina siendo una apuesta comercial y una promesa. Si podemos hacer llegar a más gente los partidos, entonces le daremos un espacio público a las jugadoras, porque (como lo dijo el propio presidente de la FIFA, Gianni Infantino) quien disfruta del fútbol va a disfrutarlo en cualquiera de sus formas. Y no se equivocaron quienes se arriesgaron a auspiciar o comprar los derechos del Mundial femenino de 2019: más de mil millones de personas vieron los partidos por televisión o alguna plataforma de streaming. No podemos ni empezar a imaginar las cifras que arrojará el reporte de sintonización cuando haya terminado el Mundial de este año.

De todas formas, esta Copa está demostrando a todos y todas, una vez más, que la apuesta por una disciplina en igualdad de condiciones trae beneficios para todas las partes implicadas: posiciona a las jugadoras y a las divisiones femeninas de sus clubes ante los ojos de sus fans y nos obliga a cuestionar los presupuestos sobre los que funcionamos en relación a este y otros deportes.

En fin.

El camino hacia un fútbol profesional justo para todas parece ser el de una colina empinada. Pero, como históricamente ocurre con todas las causas que involucran la igualdad de género, es una colina donde vale la pena morir.

¿Cuáles son mis credenciales para hablarles con tanta emoción de todo esto? Nada, de pequeña discutí con profesores de educación física para que nos dejaran jugar pelota al igual que a los chicos. Crecí admirando a mi hermana menor, que rompió la herencia generacional de una familia entera al entrenar fútbol en una academia durante la secundaria y llegar a competir en una selección de futsal mientras estudiaba Ingeniería. Ximena, si estás leyendo esto, tú eres la Barbie futbolista.