El acoso sexual laboral y las relaciones de poder (más que de deseo)
Hagamos un pequeño ejercicio. Antes de continuar leyendo esta entrada, vayan a Google, Bing o al buscador que usen y coloquen el término “acoso sexual”. Ahora diríjanse a la sección de imágenes. ¿Qué es lo primero que ven? Las manos de un hombre tocando o acorralando a una mujer con una clara connotación sexual ¿cierto? Es más, es probable que esas imágenes muestren a una mujer impotente e incómoda ante estas acciones.
El hecho de que la forma más común de representar al acoso sexual sea desde ese tipo de aproximaciones no es casual. Durante mucho tiempo, se ha pensado que esta clase de problemas responden a casos en los que, usualmente un hombre, tiene un deseo sexual incapaz de manejar y, frente al cual, termina agrediendo a alguna persona, generalmente, una mujer.
Bajo esta forma de mirar el acoso sexual, el deseo o placer sexual tienen un rol preponderante. Se asume que quienes acosan son personas con un libido incontrolable, casi caricaturesco. De ahí que muchas veces las intervenciones para prevenir el acoso sexual o generen reacciones adversas (enfrentando a las personas a quienes se pretenden dirigir) o den lugar a bromas y burlas por parte del público que recibe las capacitaciones (2).
Y es que este enfoque no visibiliza una de las principales raíces del acoso sexual: el poder (3). Quienes trabajen en las áreas de recursos humanos y han tratado de implementar alguna acción vinculada a estos temas seguramente se han preguntado: ¿por qué la gente acosa sexualmente? Bueno, no hay una sola respuesta, pero sí tenemos varias aproximaciones certeras.
Una de ellas parte por reconocer que el origen del acoso sexual está mucho más vinculado con las relaciones de poder antes que con el deseo. En particular, con las relaciones de género (4). Durante cientos de años hemos construido roles en función al sexo con el que nacemos. Lo que se le pide tradicionalmente a un niño (activo, fuerte, valiente), no es lo mismo que se le pide a una niña (delicada, empática, cuidadora). Esta división tiene un impacto en los lugares y oportunidades que tienen tanto hombres como mujeres. Pero también en lo que se espera de cada uno. Y ahí está la clave.
Por ejemplo, pensar que podemos referirnos libremente al cuerpo de una mujer, acercarnos físicamente sin tener en cuenta la incomodidad que se está generando, o invitarla a salir reiteradamente porque “quien la sigue la consigue”, son conductas que han sido transmitidas durante mucho tiempo, asociadas a los roles de género. Se construye la idea del poder -usualmente masculino- de realizar tales acciones sin temor a las consecuencias.
Por eso es que, antes que de deseo, el acoso sexual es una cuestión de poder. De ahí que varios estudios encuentren tres características comunes en las organizaciones con mayor probabilidad de presentar altos casos de acoso sexual: i) estructuras altamente jerarquizadas, ii) una conducta empresarial que tiende a perdonar este tipo de conductas y iii) donde la forma de gerenciar esté fuertemente influenciada por la masculinidad tradicional (1).
Adicionalmente, a pesar de las representaciones gráficas que nos aparecen en Google, las formas más frecuentes de acoso sexual no son los tocamientos indebidos o acercamientos físicos innecesarios. La data recolectada por nuestra herramienta ELSA (que tiene una muestra de más de 100 mil trabajadores/as), coincidente con otros estudios, muestra que los comentarios o “bromas” sexuales o sexistas y los comentarios sobre el cuerpo de las personas son las formas más comunes de acoso sexual en los espacios laborales. Conductas que si bien pueden tener un componente vinculado con el deseo, se relacionan mucho más con los roles de género presentes en la sociedad.
Y este no es un problema sólo teórico. Si miramos al acoso sexual como una cuestión de deseo antes que de poder, las intervenciones que desarrollemos no van a ir a la causa del problema, sino únicamente hacia una caricaturización. Por lo que es poco probable que sean efectivas y continuemos replicando las fallas de las estrategias tradicionales (5).
La herramienta ELSA ha sido diseñada justamente para abordar al acoso sexual como un problema integral, buscando comprender cuáles son los sesgos y estereotipos de género presentes tanto en las personas pero también en las organizaciones para poder removerlos. Y, así, crear entornos laborales seguros y sin discriminación. Si deseas saber cómo aplicar ELSA en tu organización, no dudes en contactarnos a elsa@genderlab.io.
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(1) Buchanan, N.T., Settles, I.H., Hall, A.T. and O'Connor, R.C. (2014), A Review of Organizational Strategies for Reducing Sexual Harassment: Insights from the U. S. Military. Journal of Social Issues, 70: 687-702. https://doi.org/10.1111/josi.12086
(2) Bingham, S. G., & Scherer, L. L. (2001). The Unexpected Effects of a Sexual Harassment Educational Program. The Journal of Applied Behavioral Science, 37(2), 125–153.
(3) Goleman, Daniel (1991). Sexual Harassment: It's About Power, Not Lust. https://www.nytimes.com/1991/10/22/science/sexual-harassment-it-s-about-power-not-lust.html
(4) Mackinnon, Catherine (1979). Sexual Harassment of Working Women: A Case of Sex Discrimination. New Haven: Yale University Press.
(5) Dobbin, Frank, and Alexandra Kalev. 2020. “Why Sexual Harassment Programs Backfire”. Harvard Business Review 98 (3):44-52.